Cuento ovejas y no resulta. Entonces, comienzo a contar anécdotas. Vivencias pasadas que caen aleatoriamente en mi mente, como goteras de una memoria selectiva. Claro que sería sencillo si tan sólo pudiera contarlas. Pero no; caigo en la trampa y empiezo a vivir dentro de cada una de las anécdotas. Estoy dentro de ellas, atrapada. Ahora soy una simple marioneta de mi propia mente y sus goteras. Soy nada porque comienzo a ser yo misma en un pasado en un tiempo que no es el ahora. Soy yo, atrapada en una anécdota. Es una excusa para dormir que se convierte en una trampa. Y de golpe me transformo en mi pasado, con su insomnio, con sus trampas, con sus goteras y su nada.
En un atropello de conciencia, intento almacenar todo eso en cajas negras, en algún lugar de mi cabeza. Intento escapar. Pero amanece antes de que pueda conciliar el sueño. Y entonces ahora me adivino dentro de la otra mitad de mi vida. Salgo a recorrer las calles en un tiempo en el que es hoy y en el que todo es ahora, y donde yo soy, incluso, yo misma. Percibo que en esta mitad todo se construye al instante, al contrario de la noche, dónde sólo se revive lo ya acontecido. Me siento, por ende, totalmente libre.
Transito la luz de la mañana con una sonrisa invadida por ese sentimiento de omnipotencia. Pero mientras el mediodía se acerca, me encuentro desilusionada, dibujando una pseudo vida que parece un garabato calcado y fotocopiado. Me esfuerzo, entonces, por progresar. Lo hago conciente, intentando superarme a mi misma. Empiezo de cero. Creo los cimientos, las paredes y el techo. Ingreso y cierro la puerta detrás de mi. Lo llamo hogar cuando descubro que ya se ha hecho de noche.
Y otra vez estoy en la otra mitad. Pero mientras me rio viendo TV basura, sospecho que en este nuevo hogar dormir será más simple. Me acuesto, entonces, en mi nueva cama. Al principio me río recordando cómo fue mi día pero luego me incomodo al notar que ya ha pasado tiempo y aún no he podido dormir. Cuento ovejas y no resulta. Mi memoria, como antes, descubre sus goteras y otra vez quedo atrapada dentro de las anécdotas de mi pasado. No puedo soltarme de ellas. Hasta recuerdo y me atrapo dentro de la noche anterior y esa cama que no me dejó dormir. Y estoy en esa mitad que es pasado, en ese que era ayer. Estoy viviendo algo que pasó. No puedo volver. No logro soltarlo.
Y amanece. Es hoy y soy yo. La otra mitad. Sonrío por la mañana sintiéndome libre. Me desilusiono e intento progresar. Cimientos, paredes, piso y techo. Hasta aberturas nuevas. Ingreso y lo llamo hogar. Me atrevo, incluso, a soltar carcajadas viendo una película y trato de convencerme por lo estúpida que fui las noches anteriores. Voy a mi nueva cama; colchón de plumas y resortes. Sonrío. Soy feliz. Pero no puedo dormir. Y cuento ovejas y no resulta. Y la gotera. Y la trampa, y el pasado y la otra mitad. Yo en otro tiempo. Insomnio.
Y otra vez amanece. Esta vez pido café con leche, mitad y mitad. Y un cachito o medialuna. Y dibujo media sonrisa. Y separo los días pares y los impares. Las horas y los minutos. Los días y la noche. Como sea, siempre la mitad de mi vida.
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