Somos seres que lo queremos todo, y de tenerlo todo…
Queremos más, siempre más.
Me puse a pensar en esto mientras le daba de comer a mi
gato, que se conforma con un plato de Cat Show y con leche a la hora y cuando
no hay leche, pues con agua…
Y así vive, es feliz o bueno si no conoce la felicidad lo más
cercano a ella es su comida o un cariñito de vez en cuando, eso ligado a la
felicidad que me produce él, por sí solo, que juegue, que coma, que ande por la
casa, que se suba en mi cama y me despierte cual perro con su dueño... En fin me
desvié del tema la cosa es que somos flacos, queremos ser gordos. Somos gordos,
queremos ser flacos. Somos blancos, queremos ser negros y así sucesivamente… De
pequeña siempre quise un piano, lo anhelaba. Lo que más deseaba era aprender a
tocarlo como Mozart o siquiera aprender a tocar La Lechuza. Se convirtió en una
“necesidad” para mi, “moría por uno”… Mis papás al ver mi insistencia, me lo
regalaron de navidad, de hecho ese año me regalaron tres, tuve un teclado, un
piano y un órgano de esos que usan en las iglesias… Esa “necesidad” estaba
cubierta. Ustedes dirán... Para que más? Para que al año siguiente “deseara”
una guitarra y así, engañando a mis papás diciéndoles que realmente era una
necesidad para mi, al igual que nos engañamos a nosotros mismos… “Queremos ser
felices” y asumimos que nuestra felicidad está al lado de esa persona especial
y cuando ya estamos con ella, sentimos que falta algo… Que nuestra felicidad
está en ese trabajo soñado y cuando lo obtenemos, no era lo que pensábamos… Que
nos sentimos solos, cuando hay gente alrededor que muere por darnos un abrazo…
Que queremos suicidarnos porque “sentimos mucha presión”, cuando hay gente
luchando entre la vida y la muerte… No está mal querer más, porque tener
aspiraciones es lo que forma al ser humano como un ser luchador en esa búsqueda
de lo que quiere, pero…
Cuando ya lo tenemos todo, para que queremos más?